Quince años atrás, en septiembre 11, me encontraba haciendo rotaciones en el área de varones de un hospital psiquiátrico, cuando todas las cadenas de televisión avisaron “America Under Attack”. Paradójicamente, a pesar de la desolación y de la preocupación por los parientes que vivían en New York, la mayoría de los pacientes con síntomas depresivos reaccionaron positivamente, mostrando ansia de vivir y deseo de aferrarse a la vida. Era una paradoja porque la mayoría de ellos había llegado al hospital a causa de algún intento de quitarse la vida. Análogamente, pacientes esquizofrénicos con alucinaciones, no presentaron ideas delirantes frente a las dramáticas imágenes de septiembre 11, comenzando, en su inmensa mayoría, a descubrir que lo que veían era parte de la realidad. En aquel momento pude intuir que un choque fuerte con la realidad puede hundir al ser humano o ayudarlo a organizarse. 

Quince años después en esta vorágine de finales del 2015 y principios del 2016 parece que la realidad supera cualquier fantasía: ataques terroristas y matanzas casi diarias no solo en Irak, Siria, Bangladesh o Afganistán, sino en Bruselas, Paris, Niza, Orlando, Munich, Berlín, Japón, Normandía... A menudo los medios de comunicación indican que los ataques han sido perpetrados por personas con enfermedades mentales. ¿Cuál será el efecto de las imágenes y las noticias de estos días sobre sus mentes? 

El problema es que el clima cultural y social ha cambiado enormemente respecto a aquel ya lejano 2001. Quince años después parece que la realidad ya no exista. Nos enfrentamos a un tejido social diverso, que no ofrece criterios o certezas, puntos de unión o diálogo. Seguramente la fascinación de un joven europeo que dentro de su nada existencial y en búsqueda de sentido se afilia a ISIS es muy similar a la de millones de jóvenes que dentro del mismo vacío bajan la aplicación Pokemon GO y cazan juguetes virtuales. Es la misma fragilidad. Los objetos virtuales desdibujan la existencia real, aunque paradójicamente se matan personas o se buscan pokemones justo para afirmar la propia existencia. Lo nuevo del cambio epocal que enfrentamos es que esta generación, siempre menos capaz de relación con la realidad, puede ser usada fácilmente para cualquiera tipo de acción: se trate del discurso agresivo de Isis o de la caza a pokemones volantes. 

Si hoy me preguntaran cuál es el problema mental epidémico, respondería sin duda: la falta de realidad, o sea de esperanza. Porque solo la certeza de estar en un mundo de cosas reales que responden objetivamente cuando las interrogamos, puede dar la confianza necesaria para lanzarse a la aventura de una existencia propia, no manipulada por los diferentes padrones del circo mediático. 

2 Comments